photo Filosofiacutea del Video Social 12_zpsuv4dgwuj.jpgApenas comienza la entrevista, el cliente se apresura por averiguar si los videos que realizo son “largos”. Respondo que eso depende de la complejidad del evento, pero más aún del concepto de temporalidad, que no es igual para todos. Le digo que nunca supedito las circunstancias de un acontecimiento a tiempos predeterminados.

Esclarecidos algunos puntos, pasada la primera hora y comenzando el segundo café, quiero saber por qué le ha preocupado especialmente la duración de mis trabajos audiovisuales. “Porque dicen que a los videos largos, los ves una o dos veces y después los guardás en un cajón”, responde. Cuando le explico que lo que acaba de referir no podría considerarse señal de disgusto por la composición audiovisual, enarca las cejas y me mira sorprendido. En seguida, e intentando disipar el desconcierto, le pido que nombre tres películas, las mejores, las que considera han dejado en él alguna huella, esas películas que “nunca podrás olvidar”. Con el característico gesto de quien rebusca en la memoria las menciona y aclara que no son las únicas. Pregunto cuántas veces ha visto cada una de ellas. “Una vez… ¡ah! Amélie dos veces”, afirma. Quizá, como expresa mi amigo Adrian Aguiar, un “buen video” se asemeje a un “buen libro”, de esos que nunca se nos ocurriría volver a leer inmediatamente.

Reconozco que ante la proyección de una cinta “de Hollywood”, donde ni siquiera hemos tenido contacto cercano con los actores, la impresión será diferente a la experimentada frente al video de nuestra boda, por poner un ejemplo, donde también nos convertimos en personajes principales de la acción. Sin embargo, la psicología podría demostrarnos que la comparación no es inaceptable, ya que inmersos en la fuerza sugestiva de una obra cinematográfica no somos sólo actores pasivos sentados en la butaca. Si bien es cierto que sería imposible hablar de un fenómeno general, el cine-espectador es capaz de establecer relaciones empáticas, se identifica con personajes irreales, se proyecta en otros, siente lo ajeno como propio y es probable que la trama consiga sumirlo en el llanto o provocar en él reacciones motrices. Todo esto sin olvidar los procesos psicológicos de identificación, contraidentificación, despersonalización y proyección.

Un “buen video” no permanece guardado en el cajón del armario porque al cliente le ha parecido “largo y aburrido”, o por lo menos esto no será así en la mayor parte de los casos. Según mi criterio, esa conclusión inacabada o insuficiente no contempla, entre otros componentes sustanciales, las pausas temporales que los seres humanos necesitamos para hallar nuevos significados en la expresión audiovisual. El transcurrir del tiempo alejará nuestras composiciones de las clasificaciones y las categorías, y esos videos, continentes de historias diversas e intercaladas, constituirán “un lugar de descubrimiento”. 

Parafraseando al filósofo Martin Heidegger, concluyo este artículo convencido de que la “re-visualización” (el “volver a mirar un video”, “sacarlo del cajón”), permite completar la comprensión de nuestro propio pasado. Es por esto que la obra audiovisual conserva el espíritu de la espera. La obra audiovisual atesora sentido y significado lejos de la prisa y las urgencias.

Ariel García
Realizador Audiovisual

Ariel García

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