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Las paradojas pueden ser concebidas como manifestaciones que, aun ostentando apariencia de verdad, encierran una noción absurda, una contradicción. Porque las paradojas incentivan la reflexión, me gustaría plantear una; la llamaré: Paradoja del consejero insensato, aunque debo reconocer que al iniciar este artículo escribí: Paradoja del realizador temerario. Dice así:

« “Existen seminarios que, entre sus temas principales, incluyen fórmulas para hacer de la realización de videos (o la fotografía) el único recurso laboral, indicándonos el camino “para vivir de la profesión”; dictados por personas que no han sabido hacer de la realización de videos (o la fotografía) el único recurso laboral ni acertado el camino para “vivir de la profesión”.»

Puedes volver a leer el texto, si quieres; pero te ruego que no sigas con la lectura sin haber intuido su peligrosidad. Si las letras negritas te marean, lo transformaré en el siguiente párrafo:

« “Existen seminarios que, entre sus temas principales, incluyen fórmulas para hacer de la realización de videos (o la fotografía) el único recurso laboral, indicándonos el camino “para vivir de la profesión”; dictados por personas que no han sabido hacer de la realización de videos (o la fotografía) el único recurso laboral ni acertado el camino para “vivir de la profesión”.»

Como puede advertirse, el enunciado entraña contradicción; pero la alarma se enciende cuando el mensaje original pierde su carácter de inofensivo letrero y se concreta en la realidad, cuando “sucede”, cuando el disertante temerario (que se expone o expone a otras personas a riesgos innecesarios) dejó sus consejos en la memoria de los asistentes y éstos han sido recogidos como verdad absoluta. Es allí donde la imprudencia del encantador se torna inexcusable y, en cierto modo, irremediable.

“Nada puede ser y no ser al mismo tiempo y en el mismo sentido”, expresó Aristóteles en uno de los libros que componen Metafísica. Si damos por cierta su afirmación y atendemos la Paradoja del consejero insensato, antes escrita, nos circunda (o circundamos), entonces, un problema de difícil resolución, algo así como una trampa preparada para cerrarse en alguna esquina de nuestro futuro.

La proclama de indicaciones y recetas maravillosas para “vivir de la profesión”, precisamente por parte de que quienes “no han sabido vivir de ella”, suele arrastrar seguidores a la decepción. Por lo escrito, lo peor del caso llegará cuando estas frustraciones nos embistan; en ese trance, probablemente no las aceptaremos como procedentes del error ajeno, de la charlatanería de un irresponsable en quien confiamos porque las líneas de un cartel lo pintaban como un experto, sino derivadas de nuestros desaciertos en la aplicación de sus geniales recomendaciones.

Como debe ser, concluiré este artículo con dos paradojas, mientras te prevengo que nuestra actividad se ha colmado de gurúes triunfadores y exitosos, dispuestos a compartir sus fórmulas para que “logres vivir de un oficio del que ellos no logran vivir”; la segunda: son tantos los ganadores, tantas sus victorias, que tengo la sensación de que algo está mal.

Ariel García
Realizador Audiovisual

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