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Hace tiempo escuché una historia; en su momento la consideré verídica, o con elevadas posibilidades de serlo, ahora creo que nació como una forma de respuesta elemental a la evidente diversidad del producto audiovisual. No descartaré un origen didáctico, tal vez un recurso procreado por algún instructor para orientar a sus oyentes. De cualquier modo, se trata también de un relato válido para recordar que no todos los videastas hacemos el mismo trabajo. Mi memoria e imaginación la recuerdan así:

Una importante firma, enfocada en la investigación analítica, encargó a diferentes directores noveles la creación de tres documentales; cada profesional compondría uno, basándose libremente en sus métodos y criterio. En esta fase del proyecto, las imágenes debían recogerse en el mismo lugar y en el lapso de tiempo que durase el único acontecimiento. Quizá se tratase de una boda, aunque no podría asegurarlo.

La empresa, más tarde y tras analizar el resultado de los sondeos, que incluían el parecer de los protagonistas del acontecimiento respecto a cada uno de los documentales terminados, evaluó los primeros resultados del ejercicio y redactó un informe, del que resumiré un párrafo sustancial:

“El primero de los realizadores audiovisuales dedicó un excesivo énfasis a detalles poco relevantes para el carácter del acontecimiento; el segundo nunca abandonó los planos de establecimiento (multitud, escenarios amplios y visión general) y desestimó tanto otras categorías de planos como angulaciones de la cámara; el último centró su preocupación en la óptima calidad de las imágenes, a riesgo de que éstas generaran poco interés en el espectador”.

El sondeo también subrayaba la destreza de uno de los videastas para conducir la imagen en los planos creativo y descriptivo, trama y unidad estética destacables; en otro, la habilidad para infundir el efecto de realidad en la composición y manejo de la ilación lógica, y en el último, la singular manera de trasladar emoción, permitiendo imaginar buena parte de la extensión no narrada del audiovisual.

Más allá de cualquier crítica relacionada con la naturaleza incompleta o veracidad del estudio (tal vez real, tal vez ficticio), la síntesis basta para desprender una conclusión, quizá la pretendida por el autor de la historia: dedicados a grabar el mismo acontecimiento, en idénticos lugar y coyuntura histórica, cada realizador audiovisual logró un producto diferente al de los otros dos.

Podríamos decir que esto no es nuevo, que ya sabíamos que la realidad es una y el videasta puede mostrarla de manera diversa. Lo cierto es que basta con adentrarse en algunos foros y grupos de realizadores profesionales, no sólo con existencia en la Internet, para reconocer que, a menudo, solemos olvidar esta condición.

Nuestras realizaciones audiovisuales son criticables. Recordables o evaporables, según el espectador y sus vivencias. En ocasiones, y observando el producto de algún colega, he debido aguzar la percepción para hallar el significado de algunas tomas, adivinando, imaginando y tratando de asignar posibles interpretaciones en varios niveles. Sospecho que a otros les sucederá lo mismo al considerar mis trabajos. Lo manifestado se torna más complejo si recordamos que cada persona cuenta con una competencia comunicativa diferente.

La génesis de nuestros videos conserva una ligazón muy estrecha con la forma que vimos o sentimos la ocasión que decidimos captar con la cámara. No todos componemos el mismo trabajo. Si la mirada del realizador es coincidente con el ojo (y el alma) con que su cliente ve el mundo crecen las posibilidades de aceptación o aprobación del producto audiovisual. En el aspecto mencionado, la compatibilidad es una ventaja y abre las puertas a la identificación de significados entre realizador y cliente.

En lo que a mí respecta, me preocupo bastante para que las personas que he recibido en mi oficina intuyan que el público que llega a un realizador debiera buscar en él un conjunto de características, un estilo afín a sus propensiones y no un brazo ejecutor que lleve adelante cualquier maniobra o directiva. En verdad pongo mucho énfasis en que esto sea interpretado; en la primera entrevista dedico el tiempo necesario para que quienes me han visitado perciban las características o peculiaridades de mi trabajo y soy muy sincero cuando les digo que si no han encontrado en mis comentarios y realizaciones una forma de ver el mundo concordante con la suya yo no soy el profesional que deben contratar.

Permítanme, amigos, concluir con un párrafo que podría sonar rebuscado a primera lectura. Unas líneas para definirme y definir a mis compañeros, los realizadores audiovisuales. Otro modo de verme, de verlos y ver nuestra búsqueda…

El realizador de videos es también una suerte de demiurgo, optimista e incansable, que busca recrear (volver a crear) una fracción de mundo con un puñado de momentos conservados. Es un elector solitario de pedacitos de tiempo y un apasionado que flirtea con escurridizas inspiraciones.

Ariel García
Realizador Audiovisual

Proyecto Filosofía del Video Social: https://www.facebook.com/filosofiadelvideosocial

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