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Está nublado. Camino por la calle Córdoba y pienso…

En mis realizaciones, yo, videógrafo social, “re-construyo” (vuelvo a construir) parte de la realidad. La fiesta para la que he sido contratado no hablará por sí sola en mi registro, el cliente me ha conferido el “poder” de narrar los hechos; soy el intermediador que lo pondrá en relación con la composición audiovisual. Soy el que “cuenta la historia”, o mejor: “una historia”, en la que se infiltrarán gotas de mis sistemas de valores, de mis libros, de mis ideologías y de las corrientes culturales que condicionan mi modo de ver el mundo.

El término “poder”, escrito más arriba, alude a la potestad que el videógrafo tiene sobre su producción, a esa facultad plural que le permite elegir, descartar, corregir, seleccionar, preferir, apartar, omitir, ordenar, compaginar y editar.

Llego a la esquina del bar Augustus con la certeza de que es muy, muy fácil para nosotros, videógrafos, caer en la trampa del poder, sobrestimar nuestro rol en el seno de la sociedad que nos permite existir. El “poder” que nos otorga el cliente es eventual, temporal, y está ligado a una circunstancia. Admito que sin videógrafo no hay registro audiovisual programado, pero no es verdad que el acontecimiento se cancela si no estamos presentes. La tarea que llevamos adelante importa, y mucho, pero frente al compromiso de grabar una fiesta, por ejemplo, “somos piezas articuladas de un mecanismo, no “el” mecanismo”.

Rompo el sobrecito y el azúcar se pierde en el café. WhatsApp. ¿El lunes por la tarde, entonces? Sí, sí, te espero el lunes, respondo. Una clienta me trajo ayer la grabación de la boda de su hija, celebrada fuera de Argentina. Parece que a los novios no les gustó el trabajo que hicieron los videógrafos extranjeros, tampoco a los integrantes de la familia, con quienes me une una prolongada relación comercial; entiendo que pudieron haberse acostumbrado a mi estilo, lo cierto es que pidieron reedite según mi consideración, también que incluya imágenes recogidas por algunos invitados…

 —Al final, el video será diferente —aclaro—, la música integrada no me gusta, cambiaría también eso  y…

 —Eso es precisamente lo que queremos Ariel, un video distinto del que te traje. Confío en tu criterio, lo dejo en tus manos…

 Vuelve a mi pensamiento el tema del poder, pero ahora un nuevo concepto se suma a mi reflexión: la verdad.  Lo resumiré de algún modo en el siguiente párrafo.

 El poderoso videógrafo trabaja con la verdad, pero cuando entregue su video a la vez habrá creado un producto que no será ni verdadero ni falso, o quizá podríamos convenir en que sería verdadero pero también falso, y a la inversa. Cualquier producto audiovisual pudo (o podría) ser de otra manera, es por esto que me pregunto cuál es “el lugar de la verdad” en nuestros videos. Una vez escribí que el Video Social podría situarse o fluctuar entre los géneros fantástico y autobiográfico, si esto es así entonces en el intersticio que media entre ellos, en esa zona indeterminada donde la esencia del video es en relación con el resto de las cosas, se jugaría todo el efecto de la verdad… o tal vez no, tal vez la verdad está en todos los lugares y en ningún lugar, ya que es provisoria, igual que el poder.

 Salgo a la calle. Está lloviendo y el cartel de la vieja Librería Ross es más joven con el agua.

Ariel García
Realizador Audiovisual
Ariel García

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