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“Soy rescatador”, dijo.

— ¿Rescatador? —pregunté.

—…de recuerdos —completó, mientras zigzagueaba el cielo raso con los ojos.

El desconocido dijo también que en aquel 2036 los rescatadores de recuerdos (más tarde supe que llamaba de ese modo a fotógrafos y videastas) eran perseguidos por una transgresión que los Puristas juzgaban irremediable: transmitir deformados los rituales.

“Con su llegada al poder volvieron difícil la vida a los rescatadores; se hacen llamar Puristas, son creyentes apasionados y extremistas, guardianes meticulosos del mito y las tradiciones. No profesan especialmente una creencia religiosa, abrazan con entusiasmo ciego tanto el cristianismo como el islamismo, el judaísmo y el hinduismo; en la inclusión radica, precisamente, el triunfo de sus operaciones. ¿Te parece extraño? Los Puristas no excluyen ni dividen, la hermandad se empeña en establecer nexos amigables entre las corrientes religiosas, cuando éstos no existen los inventan o elaboran rebuscadas filosofías; lo cierto es que han tenido éxito. Al principio, comenzaron por integrar a fanáticos que en sus templos no hallaban lugar para el extremo, dándoles un espacio en la acción; con el devenir, aprendieron a organizarse y legitimar sus objetivos. Se presume que en 2040, los adeptos habrán superado en número al resto de la población mundial.”

Este es el año 2014, menciono. No le importa, prosigue con la historia. “Preferí saltar a la profundidad del pozo. ¿Esconderme? No, fue un acto desesperado y, en cierto modo, suicida. Me detuve en la orilla unos segundos, miré mis manos y salté al abismo. Llegué allí por casualidad, mientras me ocultaba entre los girasoles”. Nadó y trepó en el aire un segundo o un minuto. Cuenta que la oscuridad lo aterró aun más que la abrupta e inesperada caída en el entrepiso de mi habitación.

—No pretenderás que crea la historia de un tipo que resbala…

—No, no resbalé —corrige— salté. Quise saltar.

—Como quieras —interrumpí— Digamos que te arrojaste a un pozo, cavado o situado en el futuro, para caer a plomo en el altillo de mi casa.

Para sumar desconcierto a mi incredulidad, responde que lo perseguían en el campo, al atardecer, un grupo de fanáticos empuñando alfanjes o sables curvados; que aquella mañana había amanecido con las palmas de las manos marcadas: un círculo encerrando un pez. Cuando los Puristas nos descubren, el Haz imprime la señal en nuestras manos, el primer asalto a nuestra biología. El círculo y el pez anuncian que el tiempo se acaba, que nos encontraron, que nos perseguirán hasta matar.

—Sabías que buena parte de las ceremonias sociales comparten una esencia ritual —pregunta. —Una boda y todo lo que ella encierra constituye un rito de paso, del mismo modo que la celebración de los quince años, bar mitzvá, comunión o bautismo, que significa sumergirse y emerger. Rito de paso o de pasaje, como gustes; lo cierto es que representan la transición de una condición a otra. El rito es, por definición, reiterativo, se repite sin cesar. El haber pervertido el rito con nuestra obra…

—Esperá, esperá… A qué te referís con “haber pervertido el rito con nuestra obra”.

—Los Puristas argumentan que los rescatadores no debiéramos arrogarnos el derecho de difundir fotos y películas corrompiendo la naturaleza del rito; que fuimos contratados para participar con la difusión no con su deformación. Nos recuerdan que en el matrimonio católico los sacerdotes han reiterado en el tiempo las fórmulas que concretan la unión casi sin variaciones. En el ritual judío, por ejemplo, el novio rompe una copa para conmemorar la destrucción del Templo de Jerusalén hace unos dos mil años. Se ha compartido la lectura de los mismos pasajes de las mismas escrituras, donde sólo los protagonistas han cambiado, nunca las acciones del ritual. Advierten que no seremos los rescatadores, con nuestra obra, quienes alteremos la transmisión del ceremonial.

—Entiendo cómo funciona el rito —interrumpo— la repetición que lo caracteriza no lo agota, más bien lo torna trascendente. Lo que no comprendo es por qué se acusa los rescatadores de malograrlo, de desfigurar el rito.

—Por las abundantes películas (no las llama videos) que contienen imágenes insólitas frustrando la transferencia del ritual. Para los Puristas la incorporación de un perro defecando en la calle mientras se escucha la voz del sacerdote constituye una forma de terrorismo; del mismo modo la fotografía de la novia con su vestido de casamiento atada a una tranquera; el rostro de un chino en la película de una boda señalando el cartel del supermercado “El Sol”, mientras, en la capilla, una aprendiz de soprano interpreta el Ave María; dos alianzas de matrimonio bañadas por el agua que corre hacia la alcantarilla. El rito se renueva con el rito, la innovación del rescatador es una manipulación imperdonable para los Puristas… A propósito, ¿sabías que el anillo de bodas se usa en el dedo anular porque se creía por allí pasaba una vena que irrigaba la sangre directamente al corazón?

—No, no lo sabía. Prosiguiendo con las obras que describís, quizá los rescatadores intenten acercarse a la manifestación artística, completar el ritual con los detalles que componen el contexto. Incluso ellos mismos han agregado nuevas costumbres, como la tendencia de ensuciar el vestido de la novia.

Por el gesto, advertí que esa práctica no había llegado hasta su tiempo. Arqueó las cejas, frunció los labios y continuó.

—Según los Puristas, el rito remonta a acontecimientos primordiales, la intención de vincularlo a hechos banales está penado con la espada.

—Podría considerar que está loco, pero adoptaré una postura racional; creo que has entrado para robarme dinero o alguna otra cosa. Sabías que soy realizador audiovisual y, al verte descubierto y sin armas, inventaste esta patraña. No soy estúpido —digo, preparado para enfrentar al desconocido.

El perseguido mira mi mano y palidece, aprieta los dientes y baja la cabeza.

—Sabía que no era posible escapar —dice por lo bajo, cuando yo había tomado el teléfono y me disponía llamar a la policía.

—Tu historia es infantil —respondo, sin apartar mis ojos de su cabeza.

—Mirá tus manos —dice, sin fuerza.

Las miro.

El teléfono cae, despejando la totalidad del estigma; abro y cierro los dedos, abro y cierro los ojos. Con trazo violeta, un círculo encierra un pez en la palma de mi mano. Afuera, en el patio de la casa, alguien murmura y aparta con fuerza las ramas de la enredadera.

—Al sótano, rápido —grito desesperado— cuando el metal del alfanje corta de un solo golpe la cubierta de aluminio de la ventana.

Ariel García
Realizador Audiovisual
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