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Por agitador y enunciatario del discurso audiovisual, por arriesgar sus reflexiones en el escenario donde, parafraseando a Barthes, las nociones no se “muestran” sino que se “demuestran” y se sostienen también desde el lenguaje, quiero distinguir la voz del disertante obrero.

Importa destacar que el disertante obrero de este artículo no se caracteriza, especialmente, por ser un desaforado viajero, y si bien es cierto que estimula la expansión del saber y promueve la trascendencia del discurso, se halla muy lejos de los mercaderes de los workshops. Tampoco representa en mi reseña al realizador audiovisual que ha renunciado a su oficio para reaparecer en las tablas con el rótulo de Conferenciante Profesional. Al disertante obrero que describo podemos hallarlo sobre la tarima, comunicando ideas y conocimientos, enseñando, pero también abajo, en las aulas de los foros, por ejemplo, discurriendo y compartiendo su experiencia con un grupo de personas que no pagará por sus aportes. Sabemos que en estas comunidades en línea la traslación del conocimiento encuentra sus fundamentos en valores de tonalidad altruista: dar sin recordar y recibir sin olvidar; por esto, difícilmente encuentres allí el nido del Conferenciante Profesional, rara avis (ave desconocida y rara) en los cielos donde el billete más grande que circula lleva escrito, en ambas caras, sólo la palabra “Gracias”.

Me aparto del ponente que, ostentando su erudición tecnológica, pretende inculcárnosla como única experiencia válida. No me seduce la lección del camarógrafo arrogante que toquetea un iPad en la plataforma de los oradores si la epicondilitis no ha clavado jamás un dardo en la cara externa de su codo.

El disertante obrero de estas líneas encarna, ¿por qué no?, a un modesto gladiador audiovisual que, en la arena de las madrugadas, encontrará el descanso sobre sus rodillas antes que en las patas de una silla.

El término “obrero” llega hasta este texto desde el latín operarius; es, fundamentalmente para nosotros, aquel que “opera” la cámara, que graba, que edita y transpira en un mundo concreto. Es el que construye la “obra”, vocablo que viene de opera (trabajo), emparentado con operarius (el que trabaja).

El discurso del disertante obrero abriga, irremediablemente, el proceso vivo de la referencialidad. Entraña la proeza del videógrafo que sigue apostado para rescatar recuerdos, no la grandilocuencia del chamuyador que enreda y desafina. Es la palabra poderosa que procede del que “está adentro”.

Mi escrito no intenta presentar el discurso del disertante obrero como el único válido, el propósito de esta nota es subrayar su presencia, no sólo como actor necesario en el terreno de la estricta ejecución de su oficio sino también en el plano de los géneros discursivos, destacando su voz entre otras voces.

Ariel García
Realizador Audiovisual

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