El “otro” filmador

por: Ariel Garcia

Con este articulo y desde Argentina, les damos la bienvenida y gracias a Ariel Garcia, nuestro nuevo colaborador para el Blog de Punto Magazine. 

(Mas información sobre Ariel al final de este articulo)

 Un relato verosímil

Buscando ideas para un cortometraje, desparramo las hojas sobre el banco de la plazoleta Suecia, frente al palo borracho. A quienes se nos da por hablar solos no suele gustarnos compartir el asiento con desconocidos. Escribo esto porque ahora un hombre comienza a acomodarse en el pequeño espacio libre de papeles, en el extremo del tablón. No me mira. Cruza las piernas. Acaricia el bigote blanco con el pulgar.

―También han talado el palo borracho de flores blancas ―dice, un segundo antes de que me inclinara para recoger mis cosas.

―Arrasaron la vieja plaza ―respondo, sin comprender muy bien lo que afirma―, ya no es la de antes.

―Es cierto, no es la de antes ―repite, mientras examina el cielo y la tierra que está frente a nosotros―, pero ahora se han empecinado en borrarla de la ciudad. Ya no quedan árboles. Mirá la excavadora, apostada como un animal rampante en el cordón de enfrente. Quién sabe por qué no han arrancado todavía este último banco; de todos modos, y como los demás, también desaparecerá.

El hombre parece saborear la ácida melancolía de imaginar un paisaje que no existe. No hay máquina excavadora, no han desaparecido los palos borrachos y…

―Este banco no es el único ―contesto―, detrás nuestro hay cuatro y más allá otros dos, todos vacíos. Disculpe, me tengo que ir; debo terminar un guión.

―No lo terminarás hoy ―dice el hombre, sin mirar atrás ni abandonar el bigote con el plano de la uña―. No te preocupes, dentro de unos días alguien se comunicará con vos para anunciarte que los novios han pospuesto la boda y por un tiempo no volverás a saber de ellos.

Sólo en este trance, bastante confundido, observo con interés al hombre sentado en la orilla del banco y le pregunto cómo sabe eso.

―Porque recuerdo aquel momento ―completa―. Pasados dos años, el muchacho, el novio, quiero decir, reaparecerá en tu estudio con nuevos deseos de casarse, pero en esta ocasión con otro chico, y pedirá que consideres el dinero que te adelantó en la primera oportunidad.

―Yo no reintegro las señas…

―No querrá que se la reintegres sino que reconozcas que aún le pertenece, y lo harás porque admitirás que tiene razón, que no podés quedarte con la plata de otra persona así porque sí. Llegarán a un arreglo y se transformará en un buen cliente.

A esta altura de la charla yo estoy inquieto, aturdido, y mi párpado no para de latir. El hombre me mira por primera vez y reconoce mi confusión, aunque también el rechazo a creer lo que relata; entonces enarca las cejas y saca del bolsillo una foto firmada por Vivien Leigh, la mece unos segundos en la palma de la mano y me señala el sello de la Oficina de Registro General de Londres, con la dirección de Hamilton Mews, estampado en el reverso.

―Estoy sorprendido ―digo― porque, hasta hace un momento, hubiese asegurado que era yo el único en conservar esa fotografía y que no había otra igual en la Argentina.

―Seguís siendo el único ―responde―. Tranquilo, permanece oculta entre la de Kirk Douglas y Olivia de Havilland, en la caja de seguridad del Banco de Santa Fe, ¿te recuerdo el número?

Con una racha de temor que me paralizó la pierna izquierda, llegó la certeza de que los gestos, las manos y el rostro del hombre que se parecía a mi padre eran los míos, aunque en otra época, tal vez veinticinco o treinta años después de mi mañana en la plazoleta. Los tiempos verbales se modificaban. Eran míos la voz (también lo sería la risa) y el lunar en la mejilla que siempre lastimaba al afeitarme.

―Todavía sangra ―arriesgué.

―No es nada ―sonrió, mientras llevaba el dedo al pequeño cuadrito de tela pegado a la cara―. No me afeito con la paciencia de tus años ni corto la gasa con la misma prolijidad, pero me he vuelto más intuitivo y puedo leer mis pensamientos en los tuyos. Patricio se irá del país, buscará y encontrará su rumbo y tal vez el amor. Tendrás dos nietos que quizá nunca acaricies. Eso era lo que querías preguntarme ¿verdad? Pero no hablemos ahora de la familia, ¿de acuerdo?

Nada dijo respecto a mi esposa.

―Has seguido dedicándote a la realización de videos ―pregunté.

―Muchos oficios y actividades son mutantes, Ariel ―dijo sin titubear―. En mi tiempo ya no hay videoclubes, aunque cuando aparecieron en la década del ochenta creímos que serían eternos. En lo que se refiere a la grabación de videos, la tecnología ha acercado al gran público herramientas con las que pueden lograr registros dignos…

―No vamos a comparar, ahora, el trabajo de un profesional con el de quien ni siquiera sabría cómo componer una secuencia coherente de figuras ―interrumpí.

El hombre, con un gesto que no pudo evitar ser paternal, preguntó:

―Vamos a ver; cuál es la razón por la que Emilio sigue cortándote el pelo.

―Porque Emilio es peluquero, y además muy bueno…

―Está bien, está bien; Emilio es muy buen peluquero, pero la causa por la que seguís pagando por un corte de pelo es, precisamente, porque vos no podrías hacerlo bien y mucho menos en tu cabeza.Las personas pagan por lo que no saben o no pueden hacer y, cuando saben o pueden hacerlo pero el dinero no es un problema, pagan por lo que sabrían o podrían hacer pero no tienen ganas. No olvides esto. Cuando apareció Cuevana, casi dejaste de alquilar películas. Ahora no comprás discos porque es muy sencillo bajar material musical de diversos sitios y con una calidad más que aceptable, además te importa un pito que sea ilegal. ¿Pagaste alguna vez por una versión original de Vegas, After o Photoshop?

―No…

―Sí, sí, eso ya lo sé, no te lo pregunto directamente, pretendo llevarte a la respuesta que busco para tu pregunta. Cuando las cámaras hogareñas y los celulares alcanzaron un nivel óptimo en la captación de la imagen, los fotógrafos desaparecieron de las fiestas. Los propietarios de los salones se encargaron de ofrecer y alimentar lo que, hoy y ahora, considerarías una estupidez, pero que con el tiempo se convirtió en una arraigada costumbre: la instalación de bateas con una buena cantidad de cámaras fotográficas descartables en su interior y a merced de los invitados. La gente era convocada a tomar cuantas fotos quisiera y en el momento y del modo que se le ocurriera, luego, un mozo, recogía los aparatos para descargar y archivar el contenido. Como imaginarás, en las fotos había de todo, pero este hábito engendró un nuevo concepto: la fotografía voluntaria; audaz, espontánea y sin carácter propio, es decir que ahora era imposible determinar un estilo, aunque algunos lo llamaron imprevisto inconsecuente. Al final del acontecimiento, regalaban a los protagonistas un pen drive (ya no los llamamos así) cargado con imágenes para saturar paredes electrónicas y redes sociales. Con el paso de los años la gente entendió que era más conveniente invertir el dinero, destinado originalmente a las fotografías de la fiesta, en el espectáculo ocasional de un grupo de bailarinas de mambo o en la contratación de un cómico de fama espontánea.

―Eso no lo creo ―afirmé― ¿quién pasaría la noche sacando fotos en una boda?

―Sucede que eso ya no es necesario ni importante. Todos sacan fotos y todas salen bien…

―¿Y las gigantografías, los murales…?

―Los organizadores de eventos convencieron al público de que estos accesorios eran chabacanos, que no era necesario invertir dinero en ellos.

―¿Los organizadores de eventos siguen existiendo en tu tiempo?

―Claro que si, son los nuevos profetas. Se han colegiado y nadie llevaría a cabo una fiesta sin su asistencia.

―Imagino que no todos podrán pagar uno…

―No, pero, en tal caso y tras analizar con minuciosidad la solicitud del ciudadano, y habiendo comprobado y corroborado luego la veracidad de sus limitaciones económicas, el Colegio de Planificadores y Organizadores de Eventos le asigna uno de oficio; de este modo nunca dejan de estar conectados. El tema es complejo y aquí sólo puedo simplificar y explicártelo brevemente. Hace ya varios años, algunos organizadores lúcidos entendieron que la venta de humo no podría durar para siempre y constituyeron una asociación, desde allí planearon estrategias tendientes a instalar la idea de que su presencia, desde el inicio, era necesaria  e imprescindible en la organización de cada evento.

―Y cómo lo lograron.

―Al principio con pequeños boicots. Los cortes de luz y las cajas de cotillón mojadas en las fiestas que no contaban con un organizador se tornaron frecuentes, las pantallas volvían a enrollarse o caían durante la proyección y en medio del vals irrumpía, con insistencia, cualquier otro ritmo; pero estos delitos menores sólo fueron travesuras infantiles comparados con los atentados que llegaron después.

―¿Atentados?

―Bueno, reconozco que no exagero llamándolos así. A qué conclusión llegarías vos, sabiendo que decenas de personas se han intoxicado con salmonella o clostridium perfringens luego de haber asistido a fiestas sin organizadores, o cuando dos o tres invitados, entre los más circunspectos de la familia, se convierten en borrachos impertinentes para montar espectáculos lamentables y frente al resto de los concurrentes, aunque sin haber bebido una gota de alcohol en toda la noche … En fin, ante la repetición de estos hechos, y otros de gravedad equivalente, la ciudadanía entendió que la presencia de un organizador era la pieza obligada para que todo llegase, con éxito y tranquilidad, a buen fin.

―Todavía no me has hablado del video…

―Los realizadores no logramos comprender por qué la sociedad hacía necesaria nuestra existencia. La insistencia por imponer videos cada vez más cortos comenzó a dejar fuera mucho de lo que antes emocionaba y el espectador olvidó cómo llorar. Con el tiempo ya no fuimos necesarios en las fiestas:dejamos de mostrar el instante para obligar a imaginar el instante. Nos perdimos entre la gente.

―No puedo creer que el oficio haya desaparecido.

―Yo no dije eso, el oficio no desapareció, tampoco el fotógrafo; existen ámbitos en los que aún somos requeridos. Como expliqué antes, las personas están dispuestas a pagar bien lo que no pueden lograr de otro modo, y para eso sólo hay que convencerlas; por esto algunos colegas muy ágiles reinventaron su oficio, transformando sus estudios de realizaciones audiovisuales en estudios de artes visuales.

―El arte….

―Sí, el arte, y la premisa de que nadie puede reproducir la creación del artista fue un golpe en la frente a la implacable avanzada de la tecnología. La idea de transformarse en artista fue una balsa a la que muchos se aferraron y alcanzaron la salvación comercial. Lo curioso es que muy pocos entre los verdaderos creadores que dedicaron sus horas a la realización de videos lograron tornar remunerativos sus proyectos, el mercado no fue captado por ellos sino por los que mejor supieron vender sus productos, quienes, casualmente, también eran grandes artistas, pero del chamuyo.

―El público no compra cualquier cosa, la gente no es tonta.

―Todos compramos cualquier cosa y somos bastante tontos cuando nos volvemos snobs. Claro que siempre ha habido excepciones.

El hombre, repentinamente, miró hacia el palo borracho, movió la cabeza y dijo que si no nos alejábamos del lugar nos tragaría la tierra; después elevó los ojos, se tapó los oídos y carraspeó una larga puteada.

―A quién insultás de ese modo ―pregunté.

―Al malparido que tenés delante, ese que nos tiró la pala mecánica encima ¿no lo ves?

Yo no podía ver lo que me cerraba el futuro; mi mañana era apacible, no había en ella máquinas excavadoras ni tierra removida, y aunque el cielo auguraba una feroz tormenta, el benteveo cantaba en la rama.

Nos paramos. El hombre abrochó su saco y yo subí el cierre de mi campera.

“Lo sobrenatural, si ocurre dos veces, deja de ser aterrador. Le propuse que nos viéramos al día siguiente, en ese mismo banco que está en dos tiempos y en dos sitios. Asintió en el acto y me dijo, sin mirar el reloj, que se le había hecho tarde. Los dos mentíamos y cada cual sabía que su interlocutor estaba mintiendo. Le dije que iban a venir a buscarme.

Al día siguiente no fui. El otro tampoco habrá ido.”

Este relato se ha inspirado en el cuento El otro. He tomado el párrafo final de la historia escrita por Jorge Luis Borges (entre comillas y en bastardilla) y aprovechado para concluir la mía. Mi trabajo pretende convertirse en un modesto y respetuoso homenaje.

Ariel García nació y vive en la ciudad de Rosario, Argentina. Es realizador de videos y ejerce esta profesión, de manera continua, desde el año 1.990. Adherido a la Sociedad de Fotógrafos y Videastas Profesionales de Rosario (Matrícula 459).Ha escrito Guías y Tutoriales, abarcando diversos temas técnicos dentro del universo audiovisual. Lleva publicados más de 80 artículos en los que reflexiona sobre el realizador de videos y su entorno.Disertante elegido por la Sociedad de Fotógrafos y Videastas Profesionales de Rosario para el Primer  Encuentro de Realizadores Audiovisuales (Más información: http://arielgarciaestudio.wordpress.com/2012/08/09/primer-encuentro-de-realizadores-audiovisuales/)

 

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