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La mesa del bar céntrico se alargaba con las llamadas telefónicas y el paso de la mañana; sentados frente a ella, colegas que hasta el momento desconocía, los amigos de siempre y yo, recuperábamos dos maravillas de la comunicación: la riqueza gestual del interlocutor y la insustituible entonación de la palabra sonora. Una interconexión sin teclas ni redes. De diverso modo, cada uno de nosotros había llegado a aquel lugar como piezas de ese acoplamiento de circunstancias inevitables que llamamos casualidad.

Precisamente en el contexto que describo, fuera de impersonales nicknames y elegidos avatares, donde fundamentar conceptos, escuchar y construir conversaciones sostenidas es posible, me enfrenté a una certeza que desde hacía tiempo presentía: el profundo desconocimiento o confusión que algunos realizadores jóvenes tienen respecto a la historia de la actividad que desempeñamos. Desperdiciar las experiencias precursoras compone un hecho inédito en el desenvolvimiento de los oficios.

A lo largo de la charla, advertí que para algunos videastas noveles, cuya trayectoria laboral se extendía a unos pocos años, la ancha biblioteca de la realización audiovisual en Argentina había perdido los anaqueles anteriores a 2009, desde esta fecha hacia atrás reinaba la oscuridad, al parecer nada habría sobrevivido para la posteridad. Según otros, y alrededor de ese año, habíamos sido iluminados con el advenimiento de una suerte de “mesías réflex”, cuya incorporación en la creación de videos imponía un antes y un después: “a. DSLR y d. DSLR” (antes de DSLR y después de DSLR). Cualquier trabajo, apartado de la mirada sacramental de este renovado Cristo de aleación de magnesio, contenía blasfemia y debía ser incinerado. Amén. En estos términos, la realización audiovisual podría convertirse en un área de la teología. Finalmente, y de acuerdo al criterio de los camaradas más directos y sin rodeos, los videos “de antes” eran “pedorros”. No me parece justo, quizá hasta inmerecido.

No todos los videos “de antes” eran buenos, como no lo son todos los “de ahora”. El producto audiovisual requiere imaginación y creatividad, pero se concreta con las herramientas y tecnología disponibles en un momento histórico: un estándar VHS era disfrutado por aquellos clientes tanto como un producto actual encanta a los nuevos. Generalizar y catalogar todo trabajo realizado hace más de una década como “pedorro” implica una sorprendente falta de sensibilidad; en tal caso, y aceptando esa absurda línea de pensamiento, debiéramos admitir que incluso el video de bodas actual más extraordinario será clasificado como “pedorro” dentro de diez años.

Aquellos videos “pedorros” eran producidos por realizadores que nunca dejaron de aprender, no existía la generosa y misericordiosa Internet, sólo un puñado de colegas con mayor o menor predisposición para compartir el saber, las universidades, las bibliotecas y el largo camino para llegar a sus libros. Ahora bien, ¿cuál es la justificación para los innumerables videos “pedorros” de hoy? Tal vez la respuesta asome en el próximo párrafo.

Creo que la ceguera y velocidad con que cursamos nuestros días trastoca, a veces, las iniciativas más honestas. Queremos llegar rápido, incluso al impreciso terreno llamado prestigio, donde el largo trayecto se vuelve inevitable. El “urgente” y el “ahora” no siempre han sido los mejores aliados de las aspiraciones. Pretendemos ensayar sólo una faceta de la realización audiovisual, la videografía de bodas, por poner un ejemplo, y olvidamos que la especialización llega cuando conocemos las múltiples caras de un oficio. En ninguna disciplina encontramos especialistas que desconozcan los lineamientos generales de su profesión. La elección de la rama, del área que forma parte de una actividad, llega “después”, no antes. Acepto que es lícito para nosotros ejercer el oficio sin títulos académicos; a pesar de ello, sigue asombrándome leer en grupos y foros los innumerables textos de videógrafos en función solicitando auxilio para salvar problemas elementales, demasiado elementales, diría. Y sin embargo, conozco a realizadores audiovisuales idóneos, con vasta trayectoria, a quienes jamás se los ha tenido en cuenta para dictar un seminario; personas que podrían “enseñar”, porque realmente “saben mucho y de mucho”, sin chamuyo ni esnobismo. Se los desconoce, se los ha olvidado… o mejor: se los ha desperdiciado. Es una pena que se desaprovecharan los logros de las personas competentes que nos precedieron.

A punto de despedirnos, y con la promesa de volver a encontrarnos (lo cierto es que lo pasamos muy bien), un joven colega que se encontraba frente a mí pidió disculpas innecesarias por aquello de los “videos pedorros”. No te hagas problemas, respondí. En muchísimas ocasiones, y con algo de ingenuidad, somos fieles a los conceptos que escuchamos y así los aceptamos y multiplicamos sin demanda, confiados en la veracidad de lo que otros dicen. Mientras pagaba lo consumido, le pedí al mozo una birome; después, acerqué a mi compañero una servilleta y lo invité a que dibujara un vikingo. ¿Un vikingo? Sí, un vikingo. Unos segundos más tarde me entregó el gráfico. Los vikingos nunca llevaron cascos con cuernos, le dije, no hubiesen sido prácticos en la lucha; todo se debe a la invención de un pintor sueco del siglo XIX, y aunque es la imagen aceptada por la mayoría como patrón y modelo, incluso por vos, el estereotipo no se ajusta a la realidad. El vikingo que dibujaste es tan falso como tu concepto de los “videos pedorros”. Ninguno de los dos ha existido como los imaginás.

Mi colega revisó el papel y sonrió un momento. Después, con evidente franqueza, me miró y dijo: entendí.

 

Ariel García
Realizador Audiovisual

Filosofía del Video Social / Proyecto de Ariel García

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