“Conocemos tantos acontecimientos a través de la televisión, y de los medios informativos en general, que tenemos la sensación de estar dentro de la Historia sin poder controlarla. Es decir, se desarrolla a la vez una ideología del presente –porque el pasado se va muy rápidamente y el futuro no se imagina–, y este presente está siempre cambiando.” (Marc Augé, refiriéndose a la sobremodernidad).

Capítulo I: “Posverdad”

Los pibes del barrio jugábamos a la pelota en La Carpita, un club modesto, sin lujos, al que nunca llamamos Deportivo Unión Central. En el lugar había también una biblioteca: “Amor a la Verdad”.

Con Amor a la Verdad, los fundadores habrían querido imprimir la convicción de que en los libros, o en la suma de sus lecturas, el socio hallaría los criterios para definirla, para definir la verdad, quiero decir, o al menos las claves para emprender la búsqueda.

Amor a la Verdad suena, ahora, un tanto romántico y pasado de moda; más aún en tiempos de la posverdad, donde las opiniones y argumentaciones trazadas por los sentimientos pesan más que los hechos. Cuando las emociones actúan en nombre del espíritu crítico, lo falso puede admitirse como verdadero porque así “lo sentimos”. En el universo de la posverdad, contrastar el mensaje pasa a segundo plano, siempre y cuando lo que se afirme en él concuerde con nuestras convicciones. La objetividad se ve afectada por la sobreabundancia de información, un torrente imparable de verdad, ficción y sinsentido. En la cultura de la posverdad, el insólito argumento de un terraplanista, afirmando que el mundo es un disco plano y una sarta de disparates que no quiero apuntar aquí, encuentra la fuerza necesaria para negar la revolución copernicana y el sistema heliocéntrico, el trabajo experimental Galileo, la ley de gravitación de Newton y los cientos de volúmenes que un grupo de vecinos soñó reunir, cuando se animó a edificar “un lugar para la verdad” entre los muros de una biblioteca popular.

En los círculos donde fotógrafos y videógrafos nos movemos, la idea de que asistir a unos pocos congresos o seminarios nos prepara para abarcar “todo” lo que concierne al ejercicio de nuestros oficios se ha reforzado; pero ¡cuidado!, esta certeza, antes que extinguirse en un exceso de ingenuidad, nos convierte en jugadores de un deporte de riesgo: el profesionalismo inmediato. Otros colegas, en cambio, parecieran vivir el desarrollo de estos encuentros como una experiencia religiosa. En una ocasión, conversando con una amiga, le pregunté por qué había llorado tanto en aquel video donde contaba detalles del último congreso al que había concurrido. La respuesta fue que la vivencia la había desbordado, “un momento para la emoción, no para las palabras”. Un poco en broma, le dije que yo había visto algunas fotos de aquel congreso, pero pensé que se trataba de un viaje de egresados. Se rió por compromiso. Fue algo muy íntimo, dijo, estaba conmocionada y te aseguro que no fui la única que se largó a llorar en el momento de contar todo lo que vivimos esos días. ¿Sería para tanto? ¿Podría una congregación de fotógrafos y videógrafos despertar un estado de unión tan profundo?

A lo largo de la charla, mi compañera y yo coincidimos en que el propósito formativo de muchos workshops y seminarios constituye, en la actualidad, el costado menos interesante. Esa conmoción afectiva que la emocionó, del mismo modo que a otros concurrentes, pudo deberse en buena medida a la recuperación eventual de unas cuantas maravillas de la comunicación: la riqueza gestual del interlocutor y la insustituible entonación de la palabra sonora, la conversación “frente a frente”, la cercanía física, la interconexión sin teclas ni redes, el redescubrimiento del contacto personal… en síntesis: un puñado de valores cada día más lejano y perdido en el laberinto de la sobremodernidad.

Con la sobremodernidad, consecuencia de una lógica de la sobreabundancia y el exceso, incluso del individualismo, surge la simplificación del mundo que habitamos y por ende el modo de percibir nuestras profesiones.

A propósito del término posverdad, por el prefijo pos no debiéramos suponer que la verdad ha muerto, significa que su rol se ha devaluado, que el papel de la verdad ya no es fundamental.

Capítulo II: “No Lugar”

El término “No Lugar” fue introducido por el antropólogo francés Marc Augé, mientras observaba al sujeto de la sobremodernidad (cualquiera de nosotros, claro), obligado a resituarse ante un mundo siempre extraño y siempre en exceso.

Pero la borrosidad del “lugar de la verdad” es la variante de otros extravíos. A fotógrafos y videógrafos también se nos ha desdibujado el “lugar antropológico” que encarnaba nuestro “estudio”, aquel espacio estable y fijo, asiento de identidad, de historia y relaciones comerciales, lugar de intercambio, lugar de encuentro.

“Aquí dejo una foto de mi oficina de hoy”, dice el colega en la red social y nos muestra la imagen de un banco en el parque, la orilla del río o la mesa de un bar céntrico. Una “oficina” a la que, quizá, nunca vuelva o lo hará de manera esporádica, una oficina de “tránsito”, no habitada ni recorrida por el videógrafo, sin construcción en el imaginario del fotógrafo. Una “oficina” edificada en un trayecto, convertida en un “No Lugar”.

Pero ¿qué es un No Lugar? Augé afirma que si un lugar puede definirse como lugar de identidad, relacional e histórico, un espacio que no puede definirse ni como espacio de identidad ni como relacional ni como histórico, definirá un No Lugar. En otras palabras, un No Lugar, producto de la sobremodernidad, es un espacio de flujo, de circulación, limitando con lo fugaz, lo transitorio, “estructuras móviles, variables, desmontables…” (Jean Baudrillard), un ambiente sin memoria, efímero, de ocupaciones temporales, espacios de coworking, sitios donde entretejemos nexos y correspondencia perecederos.

“… El No Lugar se ha convertido en el contexto de todo lugar posible. Estamos en el mundo con referencias que son totalmente artificiales, incluso en nuestra casa, el espacio más personal: sentados ante la tele, mirando a la vez el móvil, la tableta, con los auriculares… Estamos en un No Lugar permanente; esos aparatos nos están colocando constantemente en un No Lugar. Llevamos el No Lugar encima, con nosotros. Un espacio efímero y provisional sólo puede producir relaciones efímeras y provisionales, y todo lo efímero y provisional está destinado a desvanecerse en el aire”.

Ariel García
Realizador Audiovisual

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