En tiempos de aislamiento social, donde la voluntad para construir consensos choca con la estupidez de los imprudentes que se pasan por el forro cualquier medida preventiva, en tiempos donde pedimos el estado de sitio, donde el miedo provoca la vigilancia del vecino, la denuncia del otro, en tiempos donde buena parte de los canales de televisión exponen como nunca antes mediocridad y carencia creativa, regresa a mi memoria una novela; el relato que conmocionó a aquel pibe de veintitantos años y lo haría otra vez en su adultez , hace unos días, cuando volví a leerlo para componer este artículo.

Ha habido en el mundo tantas pestes como guerras y sin embargo pestes y guerras toman a las personas siempre desprevenidas.”

En La Peste, Albert Camus nos dirige a una lectura de la angustia, de la desesperación…

“Cuando estalla una guerra la gente se dice: «Esto no puede durar, es demasiado estúpido.»Y sin duda una guerra es evidentemente demasiado estúpida, pero eso no impide que dure. La estupidez insiste siempre, uno se daría cuenta de ello si no pensara siempre en sí mismo. Nuestros conciudadanos, a este respecto, eran como todo el mundo; pensaban en ellos mismos; dicho de otro modo, eran humanidad: no creían en las plagas.”

Camus brillante, extranjero, justo, caído, poseso, tuberculoso. Camus, el malentendido. Camus, el hombre rebelde. Camus, el primer camusiano.

“La plaga no está hecha a la medida del hombre, por lo tanto el hombre se dice que la plaga es irreal, es un mal sueño que tiene que pasar. Pero no siempre pasa, y de mal sueño en mal sueño son los hombres los que pasan.”

Tras la muerte del padre en la Primera Gran Guerra, Albert Camus y su madre se trasladan a Argel. Ella es analfabeta, limpia fábricas, casas y galpones para dar al niño poco más que penurias y miseria. Ninguna causa, aunque sea inocente y justa, dirá Camus tiempo después, me separará jamás de mi madre, que es la causa más importante. En otra ocasión, le cuenta que ha sido invitado al Palacio del Elíseo, la residencia oficial del presidente de la República; ella, una mujer sencilla pero con claro sentido de la dignidad, le sugiere que no vaya: “No es un lugar para nosotros, hijo.” Camus nunca pisará el Elíseo.

 “Nuestros conciudadanos no eran más culpables que otros, se olvidaban de ser modestos, eso es todo, y pensaban que todavía todo era posible para ellos, lo cual daba por supuesto que las plagas eran imposibles. Continuaban haciendo negocios, planeando viajes y teniendo opiniones. ¿Cómo hubieran podido pensar en la peste que suprime el porvenir, los desplazamientos y las discusiones? Se creían libres y nadie será libre mientras haya plagas.”

La sociedad del dinero y de la explotación nunca se ha encargado, escribió Camus, de que reinasen la libertad y la justicia.

“La especulación había empezado a intervenir y sólo se conseguían a precios fabulosos los artículos de primera necesidad que faltaban en el mercado ordinario. Las familias pobres se encontraban, así, en una situación muy penosa, mientras que las familias ricas no carecían casi de nada. Aunque la peste, por la imparcialidad eficiente que usaba en su ministerio, hubiera debido afirmar el sentido de igualdad en nuestros conciudadanos, el juego natural de los egoísmos hacía que, por el contrario, agravase más en el corazón de los hombres el sentimiento de la injusticia. Quedaba, claro está, la verdad irreprochable de la muerte, pero a esa nadie la quería.”

En el relato de Camus, las personas se empeñan en trabajar hermanadas para salvarse unas a otras. En una epidemia lo más importante no depende, para el narrador de La Peste, de una intención divina, sino de la voluntad de hombres y mujeres. Su visión del mundo difiere de la del padre Paneloux, quien ha vociferado en su sermón que Dios castiga y el hombre, mientras padece, aguarda el milagro de que cese la epidemia. Al Dr. Rieux le molesta tanto la idea de un castigo colectivo como la certeza de que el sacerdote ha pretendido hablar en nombre de la verdad divina; Rieux piensa (del mismo modo que Camus) que Dios no existe, porque de ser así, los curas no serían necesarios.

Acabo de proponer a Paneloux que se una a nosotros —dijo Tarrou.

¿Y qué? —preguntó el doctor.

Ha reflexionado y ha dicho que sí.

Me alegro dijo el doctor —. Me alegro de ver que es mejor que su sermón.

Todo el mundo es así dijo Tarrou —. Es necesario solamente darles la ocasión.

Sonrió y guiñó un ojo a Rieux.

Esa es mi misión en la vida: dar ocasiones.”

La enfermedad comienza ceder y con ella las cifras de la agonía. El horrible espectáculo de las primeras ratas moribundas aparece muy, muy lejano.

“Todos gritaban o reían. Las provisiones de vida que habían hecho durante esos meses en que cada uno había tenido su alma en vela, las gastaban en este día que era como el día de su supervivencia. Mañana empezaría la vida tal como es, con sus preocupaciones. Por el momento, la gente de orígenes más diversos se codeaban y fraternizaban.”

De manera diversa, el aislamiento social impacta en la psicología de quienes lo experimentan; pero el insomnio, la ansiedad y el volvernos más irritables, entre otras cosas, dista mucho de las consecuencias que, más tarde o más temprano, sufrirán los profesionales de la salud y otras personas que batallan en las primeras filas. En la novela de Camus, los habitantes de Orán celebran una victoria definitiva, pero el narrador se encarga de aclarar que el triunfo es aparente. El bacilo de la peste, sigue y seguirá latente hasta que vuelva a despertar.

Cierro La Peste y lo escondo en la biblioteca. He salido de la ficción para pisar una realidad que se le parece demasiado. Escucho los pasos de mi vecina que golpean la escalera. Dicen que la pandemia podría modificar algunas cosas, o muchas; que llegó para cambiarnos. Veremos qué pasa, aunque es cierto que entre los síntomas del coronavirus aparece uno muy llamativo: los liberales tecnócratas más obstinados, aquellos defensores a ultranza de la medicina privada, ruegan ahora al “Estado” las más urgentes medidas sanitarias y, además, tablas de salvación para la economía. Dicen por ahí que el virus ha sido capaz de convertir a los apasionados “neoliberales” de anteayer en los “socialcomunistas” de hoy.

Ariel García

Realizador Audiovisual

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