El asistente del “filmador”

Apr 22nd, 2013 | By | Category: Articulos, Videografos

Otro relato verosímil
A Toni y Marcelo, amigos antes que asistentes

El “filmador” escuchó tic ti tic ssssssssc… y la videocámara se apagó para su ojo. Antes de putear al fabricante la apartó del párpado e instintivamente trazó una mirada en zigzag. El interruptor rotaba sin dificultad pero la máquina no emitía ese latido electrónico que en su pecho hubiese convertido el desasosiego en esperanza. Entonces retiró la batería y colocó otra, completamente cargada. Nada. Pulsó, nervioso y aturdido, el botón reset e intentó encender. Nada. Intranquilo la samarreó y dio golpecitos en la base como quien entiende que se trata de un niño pequeño al que dos suaves chirlitos en la nalga lo harán retomar el paso o abandonar la travesura. Nada. Por último, y ya bastante turbado, la apoyó con suavidad sobre la mesa. Fue allí cuando miró hacia el cielorraso para murmurar con rabia: Sony y la puta madre que te parió.

Aunque Toni, su asistente de iluminación, presintió lo peor al observar el rostro desencajado de su compañero, igualmente preguntó qué sucedía. Murió, balbuceó el filmador, con un tono grave que recordaba la voz de los entierros. Era la primera vez que el protagonista de esta historia salía a trabajar sin un equipo auxiliar; la tarde del día anterior debió socorrer a un colega al que habían contratado en última instancia para cubrir una boda, tenía su Z5 en reparación. Llevala, José, hace veinte años que realizo videos y nunca se me rompió una cámara en medio de una fiesta ¿justo mañana me va a pasar? Llevala tranquilo y el lunes me la alcanzás al estudio. Pero el diablo mete la cola… y Dios las trabas.

Los mozos habían comenzado a servir el segundo plato, hecho que concedía cierto tiempo para hallar una solución. Con su teléfono móvil en una mano y la pequeña agenda en otra llamó a uno de los filmadores conocidos, el primero entre los que entendía serían capaces de sacarlo del agua en esa noche de zozobra. Mientras nuestro amigo busca el remedio yo los pondré al tanto de los detalles que permitirán vislumbrar la magnitud del contratiempo.

El filmador se encontraba a más de cien kilómetros de su localidad y visitaba por primera vez el pueblo donde se celebraban los quince años de Camila, sí, la chica alta de vestido rojo. El personal del salón de fiestas no se mostraba muy amigable y el disc jockey había criticado, al pasar y para ser oído, que ahora a los “rosarinos” ya no les bastaba con “currar” solamente en su ciudad sino que además les iban a sacar el trabajo a los profesionales del lugar. En fin, el clima no era el mejor para comenzar a pedir favores y el filmador seguía sin conseguir una cámara, pero…

¿Marcelito…? Marcelo, cómo andás viejo, Ariel habla. Sí ya sé, siendo la una de la mañana te imaginarás para qué te llamo… La verdad no sé qué le pasó, dejó de funcionar y no hubo forma de devolverle la vida ¿puedo contar con vos, entonces? Gracias, hermano. No importa, ya sé que vas a tardar, tomate el tiempo necesario y tené cuidado que la ruta está jodida… Sí, sí… sólo la cámara. Te espero. Chau…. Gracias.

El filmador le dijo a Toni, un gran amigo antes que ayudante en las noches de fiestas, que la solución venía en camino ¿Cuánto? No sé, una hora y media por lo menos…

Pero nosotros no tenemos ese tiempo, Ariel.

Ya sé, Toni. Con viento a favor en veinte minutos comienzan a bailar, aunque esa tanda puede pasar…

Pero después viene la ceremonia de velas.

Sí. Camila va a llamar sólo a los papás y al hermanito.

Y pegadito a la última vela … el vals.

La palabra “vals”, hecha de la voz de Toni, fue una sombra que lo noqueó, como si los sonidos se transformaran en un puño, enfundaran en un guante de boxeo Everlast de dieciséis onzas y le descargaran un cross a la mandíbula.

Mientras el filmador se recupera del golpe reanudaré la descripción interrumpida hace unos renglones, precisamente unos segundos después de que Marcelo, el camarógrafo que ahora viene en camino, se levantara de la cama para atender la llamada. El decorado del salón buscaba plasmarse en el sentido común del público como un paisaje campestre. Algo alejado de la pista de baile habían colocado un carro de madera repleto de flores silvestres, muy rústico, cuyo armazón filetearon con colores rojo y azul. Para rodear el escenario montaron una cerca blanca, muy baja y bastante extendida.

Ahora dos mozos transportan una mesa con un pequeño candelabro ramificado en tres brazos y la ubican a pocos metros del carruaje que acabo de describir, exactamente delante de una adolescente entusiasmada que se prepara para la primera lectura.

Quizá haya sido producto de la tensión que el filmador y su asistente soportaban, el no haber probado bocado aún o, simplemente, una mala proyección en la prolongación de la pierna, lo cierto es que Toni tropezó con la cerca de madera mientras caminaba rápidamente hacia el lugar donde guardaban los bolsos, cayó y golpeó fuertemente su cabeza en el suelo. El monopie que cargaba, con un iluminador afirmado en uno de sus extremos, también se estrelló contra el piso. La quinceañera saltó hacia atrás cuando los trozos de cristal encontraron sus piernas, soltó la vela encendida y llevó instintivamente las manos a la boca. El filmador corrió hasta su amigo que permanecía inmóvil, aunque mientras se aproximaba le pareció observar una contracción repetida, un temblor semejante a una convulsión, esto preocupó no sólo a él sino también a algunos invitados que también se acercaron, entre ellos un médico que pidió nos apartáramos mientras palpaba cuidadosamente su cabeza, luego dijo que no lo iba a mover de allí hasta que llegara la ambulancia. El padre de la chica aseguró al decorador que nunca había estado de acuerdo con que pusiera una valla tan baja dentro del salón. Yo sabía que alguno se iba a romper la crisma, declaró, pero mi mujer…

La situación se prolongaba y Toni seguía allí, semiinconsciente y sostenido por el médico que con un pañuelo o servilleta limpiaba la saliva blanquecina que parecía extenderse desde la comisura de los labios. Cuando las luces de la ambulancia se anunciaron en el cristal del portal me acerqué a mi querido amigo, apoyé la arrodilla en el suelo y le tomé la mano. De pronto, y para mi sorpresa, sentí un fuerte apretón y su brazo que tiraba del mío. Fui inclinándome con el movimiento de una marioneta triste porque creí que se trataba de otro ataque convulsivo, pero cuando mi oído llegó a la altura de su boca escuché con una vocalización perfecta: “Ya vino”. Me aparté desconcertado y lo miré. Los ojos, antes entrecerrados, eran ahora dos cómplices indicándome que mirara hacia atrás, a la izquierda. Giré la cabeza y vi a Marcelo, entre los hombros de los curiosos, con su cámara ya desenfundada y preparada para grabar. Volví a mirar a Toni quien, desde el suelo, llevó sus dedos a la cara para disimular una risa incipiente que le impidió el guiño de un ojo. Me puse de pie, froté el brazo sobre mi frente y con paso ligero me aparté del lugar.

Qué pasó, preguntó Marcelo. Tomé la cámara de la mano que luego estreché y volví los ojos hacia un Toni que como colofón de una memorable actuación se levantaba ayudado por un enfermero para beber, ya repuesto, un vaso de agua. Entonces repetí esa puteada que quería parecerse a un abrazo, un apretón para el amigo que montara la escena inolvidable que salvó mi pellejo, un insulto con risa, esas cuatro palabras que son una y pueden volverse voz de admiración y agradecimiento:

Qué hijo de puta… queeehijodepuuuta…

Ariel García
Realizador de Videos
Ariel García

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