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La semana pasada, en un grupo que reúne a fotógrafos y videógrafos en facebook, un colega expresaba el disgusto que le causaba ver en las realizaciones audiovisuales fragmentos donde las personas, sin parpadear o apenas moverse, habían posado para el trabajo del fotógrafo. Consideraba que, aun con ligeros cambios de ángulo, el cliente recibía imágenes que prácticamente ya había registrado la fotografía. Nuestro compañero se refería al abuso de la práctica y, en tal caso, debo admitir que coincido con su postura, aunque, descartando la exageración, también reconozco que tomas de este tipo pueden resultar tan eficaces como necesarias en la composición. Para ampliar el concepto, elegiré el imperfecto terreno de la comparación.

El compendio de los aspectos fundamentales de una boda cuya duración abarca pocos minutos es, según mi criterio, la versión audiovisual de lo que en literatura llamamos cuento, manifestación donde la brevedad no incide necesariamente en la profundidad del significado. En algunos casos, inclusive, el audiovisual es tan corto que se asemejaría al microrrelato, subgénero relativamente nuevo en la construcción de la narrativa mínima. El microrrelato obliga al lector a imaginar buena parte del contexto y un horizonte extraverbal. De manera similar, y si olvidar la pobreza del lenguaje audiovisual frente a la complejidad de una boda, un shortfilm que ha recogido sólo los momentos relevantes de una celebración podrá enriquecerse y fortalecerse con el esfuerzo de la imaginación, al que, en determinado caso, se le podrá sumar el recuerdo del espectador.

Observo que las estructuras audiovisuales breves tienden a desechar, en muchos casos, un elemento de vital importancia en el plano descriptivo que Roland Barthes llamó: el detalle “inútil”.

El detalle “inútil” (entre comillas) eleva el costo de la información narrativa pero posee un valor funcional indirecto dentro del relato, indispensable para la ilación y coherencia representativas, el detalle “inútil” provoca y refuerza en el lector o el espectador una sensación que se ha denominado efecto de realidad.

En la figura de aquellas personas mencionadas en el primer párrafo, que posando para el fotógrafo fueron integradas en la composición del video, encontramos una pieza que bien podría calificar como detalle “inútil”. Pero también lo serían, según la historia y su contexto, un incalculable número de inclusiones posibles, tomas de “relleno”, apropiadas para “connotar” el carácter o atmósfera del acontecimiento: la insignificante cenefa en la cortina del atrio de la iglesia, el viejo reloj en el living de la casa de la novia, las hojas que arrastra el viento en el jardín, el boleto para un espectáculo, perdido en el cajón del armario, o incluso, el mismo armario. Si en el hipotético documental de boda de este artículo los fragmentos mencionados no existieran, la pretensión esencial de la obra no se vería alterada, todos comprenderíamos perfectamente de qué se trata. Pero ese detalle “inútil”, dota a la realización de un plus de sentido, tiende a ensanchar lo representado, nos invita a concebir y completar un contexto.

La “utilidad del detalle inútil”, según el filósofo Jacques Rancière, consiste en decir: soy lo real; para él, lo real no necesita contar con un motivo para estar allí. Por el contrario, prueba su realidad por el hecho mismo de que “no sirve para nada”, y por lo tanto nadie tuvo una razón para inventarlo. Tal es la lógica, a la vez simple y paradójica, del efecto de realidad.

Ariel García
Realizador Audiovisual

Filosofía del Video Social / Proyecto de Ariel García

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