No_Corra

Las fases sucesivas del aprendizaje podrían compararse con los peldaños de una escalera, abarcando cada uno parte del saber general: si se pretende saltarlos a toda velocidad, de dos en dos o tres en tres, los conocimientos que debieran transformarse en cimientos del oficio se parecerán más a un flan casero que al hormigón. Claro que esto es válido en la medida que pretendamos convertirnos en profesionales idóneos, si, en cambio, la realización de videos será en nuestras vidas sólo un hobby o un pasatiempo la aventura de caernos de culo, resbalando por una escalera defectuosa, hasta podría causarnos gracia; en tal caso, y por fortuna, no existirá un cliente para lamentarlo.

El Síndrome de Workshop describe una ansiedad incontenible por colgarse de la cola de cualquier workshop que pasa volando. Si bien la bibliografía médica sobre el tema es casi inexistente, se dice que las personas que lo experimentan están convencidas de que así aliviarán su ignorancia y que soltarse significaría sumirse en el abismo de la ineptitud. Este estado de agitación acaba construyendo una formación práctica e intelectual desordenada y a los ponchazos. En consecuencia, y como no podía ser de otro modo, los efectos colaterales del prolongado chamuyo transfigurado en enseñanza ha instalado entre nosotros una nueva necesidad, aunque esta vez real y urgente: iniciar un curso marketing.

Ahora recuerdo una charla de Jorge Luis Borges, donde expresaba que, quizá y en cierto aspecto, la imprenta haya hecho mal en multiplicar de manera colosal el número de libros, ya que la gente tiene tal deseo de leer libros nuevos que no lee los viejos… y tampoco alcanza a asimilar los nuevos, porque inmediatamente los tapan otros. Podemos estar o no de acuerdo con la reflexión del escritor, pero me ha parecido que traerla aquí funcionaría perfectamente para establecer un paralelismo con lo expresado en el párrafo anterior.

Nuevos workshops que, entre otras cosas, nos prometen el profesionalismo inmediato aplastan a otros que vienen pisándoles los talones, los que, a su vez, son obturados por propuestas más calientes. Esto sin olvidar que quienes están a cargo del dictado de buena parte de estas clases derrochan ineptitud para exponer conceptos de cara al público y si dominan el tema que se empeñan en desarrollar o sólo tienen una idea somera de sus puntos básicos no lo sabremos nunca. Podríamos convenir en que profesar la docencia sin estar preparados para ello significa, cuanto menos, un acto imprudente. Es bueno reconocer que esto no es así en muchos casos y que también encontramos, para nuestro provecho, ponencias verdaderamente brillantes.

En la actualidad, y en gran medida, fotógrafos y videógrafos incorporamos el saber como quien lee un libro al que le han arrancado muchas, muchas hojas. Nos cuesta vender (porque no sabemos vender). Nos cuesta tratar con el cliente (porque no sabemos tratar con el cliente). Nos cuesta vivir del oficio (porque no sabemos vivir del oficio). Pero le gritamos al mundo lo que somos, dando por hecho que la reiterada aseveración o el simple ejercicio de los oficios nos convierte en “profesionales”; aunque esta posición, de por sí, no es sinónimo de idoneidad. En otras palabras: el mero hecho de practicar una tarea y la pretensión de seguir haciéndolo (mientras esta acción no vaya acompañada de otros atributos) no significa que estamos calificados para ejercerla adecuadamente en todos sus aspectos. Sugiero no olvidar esto, sobre todo cuando presumamos de haber mandado a la mierda al “cliente pesado” y dediquemos una puteada en las redes sociales al encargado del salón de fiestas que el sábado pasado no nos dio de comer. ¿Por qué? Porque la continuidad de un oficio como el que profesamos difícilmente podría apoyarse en los principios de la intransigencia. Con respecto al alimento, considero que debiera entrar en nuestra organización, de esta manera, y como trabajadores independientes, nos convertiríamos en los verdaderos conductores de la jornada, obrando según el criterio y la disposición, además ganaríamos autonomía y no nos regiríamos por imperativos que están fuera de nuestra voluntad.

Ariel García
Realizador Audiovisual

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